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Edgardo Cardoso, una vida entre ovejas, campeones y afectos

En Runciman, un pequeño paraje al sur de Santa Fe, donde los campos agrícolas dominan el paisaje y las sembradoras marcan el pulso de la economía local, Edgardo Cardoso eligió otro camino. Un camino menos transitado, más paciente, de mirada atenta y manos cuidadosas. Eligió criar ovejas y ya van 62 años.

No es una decisión común en la zona, pero sí profundamente arraigada. “Yo soy del sur de Santa Fe, una zona totalmente agrícola, pero tengo un campo un poco inferior de calidad, y toda la vida he tenido cabaña. Ya la tenían mis padres”, dice Edgardo, que lleva más de seis décadas dedicadas a la ganadería ovina.

El comienzo: un cordero, una señal

Todo empezó cuando tenía apenas 12 años. Iba a la secundaria al pueblo y mi padre, que era duro, me dijo: ‘No te voy a dar nunca plata, pero te dejé un cordero entero para que lo lleves a la Rural’. Así fue. Ese año fui por primera vez a la Rural de Venado Tuerto. Desde entonces, nunca más dejé de presentar animales.

Y así, entre exposiciones y partos, entre pasturas y madrugones, la vida de Edgardo se hizo inseparable de sus ovejas. Este año , si los planetas se alinean y “Dios quiere”, cumplirá 40 años participando en la Exposición Rural de Palermo, el evento más importante del país para los cabañeros.

Cabaña “La Virginia”, un rincón de excelencia

“La Virginia” es su cabaña, ubicada cerca de Venado Tuerto, sobre la Ruta 8. Allí, entre lotes que parecen de otro siglo, maneja un plantel de cerca de 200 madres Hampshire Down. “Tengo un campo natural, inferior, pero con una genética espectacular. Mis ovejas están bien adaptadas. El pasto es un poco duro y corto, lo que les gasta más los dientes, pero las madres son excelentes”.

Edgardo conoce cada animal. El encargado anota los nacimientos, detecta problemas, y el plantel se va puliendo con el tiempo, seleccionando sólo lo mejor. “Dicen que la clave está en el manejo, la alimentación y la genética. Coincido. Pero hay una diferencia con la vaca. En la vaca se pone el 60% en la alimentación y el cuidado es el 40. La oveja es al revés: se pone el 40 % y necesita un 60% de cuidado. Hay que estarle encima, especialmente en época de parición”.

Producción y desafíos: el cuello de botella del consumo

“El problema de la oveja es la parición estacional”, explica con la claridad que da la experiencia. “De ahora, en un mes en adelante y hasta diciembre, tenés animales espectaculares, volumen, calidad. Pero de diciembre en adelante hasta abril, no hay. Ahí empieza a complicarse”.

Esa estacionalidad representa uno de los mayores desafíos si se piensa en desarrollar un mercado de consumo sostenido. “Si uno quiere tener un frigorífico faenador, tiene que asegurar volumen todo el año. Pero hoy, eso no es posible. Le piden cordero para Pascua, para febrero, para marzo… y no hay. Ahí se hace el cuello de botella”.

Pese a todo, Edgardo no baja los brazos. Se lo nota entusiasmado con el progreso genético, con los animales que hoy pesan 120 kilos sin problemas. “Cuando empezamos, un carnero de 100 kilos era grande. Ahora hay más grandes todavía. La calidad de carne mejoró muchísimo”.

La emoción de una vida compartida

La vida de Edgardo no es solo la cabaña. Es su familia. “Mis hijos estudiaron en el campo. No estamos lejos del pueblo, 20 km uno, 15 el otro. Uno es ingeniero agrónomo, una hija es bióloga y la otra es veterinaria. Ellos aprendieron de mirar. Nunca les enseñé, pero lo mamaron”.
Y en el relato se le escapa una ternura que desarma: “Yo ya no tenía nietos. Mis hijos grandes y nada. Y el 26 de diciembre nació mi nietita. Usted no sabe lo que cambió mi vida esa nena. Soy el más estúpido de los abuelos. Es increíble. Llora con la madre, llego yo y se ríe. Digo: no puede ser”.

La describe con la emoción de quien siente que se le abre otra vida dentro de la suya. El padre de la bebé trabaja todo el día en un semillero, vuelve a las 7 de la tarde. “Trato de no ir, porque cuando estoy yo, ella me mira… y bueno, sólo existe el abuelo y los demás no cuentan”.

El sueño que queda

Con 13 grandes campeones machos en Palermo Edgardo no necesita más reconocimientos. Pero hay un anhelo: “Me falta jurar en Palermo. Es el sueño que me queda. Mi señora me había regalado un cuadro cuando tenía 9 campeones. Después gané uno más, llegué a 10. Pasaron 5 años que no gané, y me decía: me tendría que haber dejado un lugar. Gané uno más e hicimos el cuadro con dos. Hace 3 años gané otra vez. Así que tengo 13”.

Y dice, entre risas y lágrimas apenas disimuladas: “Si el último fuera un gran campeón más… y pudiera jurar en Palermo… ahí sí que mis hijos me van a tener que bancar”.

El valor del aprendizaje continuo

Durante la primera jornada del Curso Internacional de Jurados que se está llevando a cabo en la Rural de Palermo organizado por la Asociación de la raza, escuchó atento, comparó prácticas, se dejó interpelar por otras experiencias. Fue presentado por Carlos Laborde, presidente de la entidad “ como uno de los referentes más importantes de la actividad”.“Algunos me dicen: ‘¿Qué te van a venir a enseñar a vos?’. Pero esto no es para que te enseñen. Es para comparar lo que hacen ellos con lo que hacemos nosotros. Siempre se aprende”.

Lo sorprende el avance de la nueva generación, el conocimiento técnico que traen, la ambición sin techo. “Nos tenemos que calzar bien la voz. El que está adentro del tema te da mil razones por las cuales la actividad no tiene techo”.

Una vida completa

“¿Qué más puedo pedir?”, pregunta hacia el final, como si la vida misma le respondiera con cada parto, con la nieta de tres meses que sonríe, cada carnero que pisa la pista de Palermo. No necesita adornos ni frases heroicas. Es un hombre que hizo de la pasión una forma de vivir.

Su historia no es sólo la de un cabañero. Es la de alguien que entendió que en la constancia está el verdadero éxito, y que no hay premio más grande que ver a los hijos y a los nietos compartir el legado. La historia de Edgardo Cardoso no termina en la cabaña La Virginia. Es, simplemente, una historia de vida, una pasión.

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